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viernes, 28 de agosto de 2015

No me creo nada.




Hace unos días, mi amiga Elvira publicó en su facebook, algo que a ella, como a muchos nos indigna y nos duele. Referente a los incendios que han devastado algunas zonas de este país, se habla siempre en las noticias, de daños materiales o pérdidas humanas, pero nunca se menciona a los otros mártires. Resulta hiriente cuando dicen eso de "Afortunadamente, no ha habido víctimas humanas", como si las no humanas, no fueran importantes o dignas de lamentar. Triste, doloroso y muy lamentable. Y especialmente, cuando han perdido la vida, por el nulo amor o atención de sus amos.

Elvira escribe el siguiente texto, con tanta indignación, como dolor, resulta evidente. Motivos los hay. Y ella se expresa tan magistralmente, que solo un necio sin corazón, podría no estar de acuerdo.


No me creo nada.

No me puedo creer ni media palabra, ni media intención mediamente buena de mis congéneres en general y políticos en particular.

No creáis nada tampoco vosotros. Ni que somos europeos, ni que se trabaja por el medio ambiente, ni que queremos ciudadanos cívicos y educados ni que nos importa media higa la vida ni el dolor de nadie.

En todas partes cocerán habas, pero lo de España sale a apestoso guisote diario.
No me creo nada ni espero nada de un país donde se castiga con multas y gravámenes a sociedades protectoras, sostenidas por gente a quienes su buena leche les cuesta tiempo, dinero, y mil disgustos y sinsabores mientras en cambio se subvencionan regocijos atroces o cacería. No puedo explicarme la desfachatez de exigir un microchip -que no vale si los aparatos no funcionan o no se toman la molestia de pasarlo y que para más INRI no sirve de nada en otra Comunidad- y sin embargo no hay control alguno, ni interés siquiera en admitir la cantidad de covachas, cobertizos y corrales donde los animales malviven y malmueren en condiciones deplorables porque alguien, cínicamente, otorga y calla para que una legión de paletos acomplejados e incultos libere adrenalina pegando tiros por el monte, con cuya propiedad se les privilegia y descargando sus frustraciones de mierdecillas fracasados colgando o matando de hambre (o calor, o frío, o enfermedad, da igual, el muestrario es amplio) a sus pobres perros culpándolos de su ridículo y proyectando en ellos su odio por autodesprecio.

Es hipócrita y falso el discurso buenista y rebosante de propaganda que nos sitúa como país moderno y civilizado.

Y causa repugnancia que se premie a los irresponsables y pésimos ciudadanos que abandonan a su animal en perreras (léase centros de exterminio) sin que ello les cause el más mínimo coste (ni siquiera la inyección letal que con gran probabilidad va a terminar con la vida del pobre infeliz) o su sustento en el plazo de tiempo que se estipule o, en el feliz e hipotético caso de que aparezca un adoptante, el coste de la nueva tramitación.

No me vengan con cuentos chinos. Que no comulgo con ruedas de molino.
Que ordenan el cierre de ridículos reductos de litoral con más nombre que espacio, mientras siguen contando milongas que nadie admite ni cree, porque más que la supuesta suciedad que los perros generan en la playa lo que apesta es la enemistad y las ganas de fastidiar entre organismos de distinto signo político. Así que es bien fácil echar para atrás las playas de perros pero no hay redaños ni ganas de toserle a los rehaleros. No echen cuentas ni mucho menos multas a esos que no saben ni el número de perros que tienen en el monte, en insalubres zulos, inmundos y terribles.

Mientras un animal tenga la categoría de basura, los ruines tipos que los lleven a condiciones lamentables están a salvo, bajo una protección tan evidente que resulta hasta cómplice. Diría que no desentonan con el resto que manda, sanciona o vela, hipotéticamente, por una sociedad que permite que se abran contenedores de basura donde brotan camadas enteras de cachorros cocidos al bochorno del sol. Quizá crean estos compatriotas que exigen sus derechos a voz en grito que son desperdicios, como las sobras de una barbacoa o una comilona en el campo.

Como lo han puesto a huevo, han prendido fuego al monte y estos podenquillos de funesto destino han muerto quemados vivos sin la menor opción a escapar. A veces, por el contrario, perecen ahogados cuando se desbordan los ríos, por idéntica condena.

Pero nadie les ha pedido, pide o pedirá cuentas a quienes mantienen a pobres inocentes atados día y noche. Yo no sé si tendré vida suficiente para ver cumplido mi deseo ferviente de que de una vez por todas tengamos legisladores competentes, que esas leyes se apliquen competentemente y que de verdad, la amarga España profunda llena de crueldad, barbarie, ignorancia, y atavismos macabros desaparezca abriendo paso a otra tierra donde sus ciudadanos sean capaces de divertirse y celebrar sus fiestas sin ahogar, quemar, defenestrar, alancear, despanzurrar ni torturar bajo el alegato de cualquier funesta tradicional manera a ningún infeliz.

Y ese día que nadie -ciudadano de a pie o autoridad-consienta, ver a un perro amarrado. Pues así, día tras día, mes, tras mes, año tras año pariendo, amamantando, enfermando, comiendo, defecando, durmiendo y muriendo, sobre la nieve helada o bajo el inclemente sol, viven muchos : atados al horizonte infame de un metro de cadena.

Es esa tortura la más perversa condena, por la impiedad de su duración.

Los perros de los cazadores, mueren de muchas horrendas formas. En realidad ser perro de cazador es el destino que yo quisiera para un cazador, caso de que se reencarnase. (Y si alguno se me ofende que ponga su mano en el pecho, que tampoco me creo que aceptase esa suerte, pues es lotería bastante adversa). Y que algún colega insensible, sombrío y brutal le administrase una vida que suele ser peor que la muerte.

Bueno, según qué muerte.

Ver el fuego que te va a devorar y que tú estés con una cadena al cuello es una de las agonías más espeluznantes que imagino. Imagínala tú, si tienes valor, que te aseguro que si no tienes trazas de psicópata, se te pone mal cuerpo.

Ahora ya sabes por qué ves estas fotos tremendas. Si ahora sientes que hay que terminar con esto habrá valido la pena el doloroso trago de contemplarlas.

Mientras haya criaturas atadas de por vida a la barbarie, sin la más mínima dignidad, libertad ni cuidado, mientras se sigan considerando meros objetos que no merezcan la intervención de las fuerzas de seguridad y a veces ni el intento de rescate por parte de proteccionistas o incluso sus dueños.

A esa ingente colección de catetos tan ignorantes y atrasados que conciben a un perro como guarda de cuatro lechugas y cuatro aperos miserables, si hubiese eficiencia y voluntad, requisarles antes de la lamentable impotencia, a esos cautivos que a veces son alimentados a distancia y ni llegan a los mendrugos ni al moho de un bebedero de agua corrompida.

Y multa. O cárcel. Porque con ciudadanos de tal jaez, creedme, no vamos a ninguna parte. Al menos a ninguna que medio merezca la pena.

Y mientras se quemen los campos como quien se cambia de calcetines porque el pastizal -que no el pasto- está garantizado… (luego dirán que parece de chiste, que se investigan las causas).

Así que ya no consiento que me cuelen ni medio cuento chino. Que no me creo nada.

Nada de nada.

Sólo los aullidos de horror y dolor de los ahora calcinados, que ni siquiera son víctimas porque eran y son considerados mera inmundicia. Descanse en paz y nos perdone la fiel, dócil, entrañable, pura, valiosa, inocente y noble mierda.

domingo, 23 de agosto de 2015

Carta abierta de un antitaurino a Sebastián Castella. Por Antonio García Maldonado



Estimado Sr. Castella,

Me llamo Rafael García Maldonado y soy amante de los toros. He leído su carta con atención y, si me lo permite, voy a escribirle unas palabras.

No había escuchado jamás su nombre, ni el suyo ni el de prácticamente ningún matador de toros actual, así que va a tener usted que perdonarme este atrevimiento. Con respecto a mí, los que me conocen le dirán que soy cualquier cosa menos un radical, un violento o un hippie. Soy farmacéutico, una profesión noble, de la que tengo cinco generaciones detrás. Desde hace unos años también soy escritor de novelas. Me apasionan la lectura, la historia y los animales, y de esta triada de aficiones saco conclusiones y certezas que me hacen decirle que su carta está llena de despropósitos, falsedades y demagogia barata. Sobre todo, de ignorancia. Me ha hecho usted pasar vergüenza ajena, y por eso estoy aquí, escribiéndole.

Habla usted como “matador profesional”, que ya es en sí un disparate, y se queja de que la imagen de los toreros está hoy día vilipendiada, de que no hay libertad, de que existe una persecución política e ideológica, etcétera. Incluso dice que Europa le maltrata y que tiene usted derecho al trabajo, algo que, siguiendo su lógica, también podrían reclamar los mafiosos y los proxenetas. Este era un país libre, o algo así, añade con todo el resentimiento que le da (algo hasta cierto punto comprensible) ver cómo su siniestra profesión tiene los días contados.






Porque le diré que lo que se opone a todo lo que usted intenta torpemente defender se llama progreso moral y compasión. Usted no se va a poder jubilar como matador porque haya una revolución antitaurina, sino porque la sociedad avanza en su moral, en sus costumbres, y ustedes no lo hacen. Ya casi nadie puede ver cómo sufre un animal. Intoxica y miente cuando dice que el toreo es del pueblo, que no tiene ideología y que es de artistas y poetas. ¿Compara usted la literatura, la pintura y la música con la masacre de un noble animal porque a determinados artistas (Picasso, pone de ejemplo; un genio malvado y sádico) les gustase dicho espectáculo y los trataran en sus obras? ¿Un novelista que también retrate el crimen hace del asesinato cultura? Creía que no se había atrevido a tanto, pero vi que sí cuando nos amenaza con una ridícula imitación de Bertolt Brecht: ‘hoy van a por los toros, mañana será otra modalidad artística’.

Nos llama antiliberales a los que pedimos la abolición de la salvajada con la que usted se gana la vida. Pero, ¿qué sabe usted de liberalismo? ¿Es liberal no tener compasión por los seres vivos que sufren igual que yo? ¿Es liberal que yo mire para otro lado cuando están siendo descuartizados entre aplausos nobles rumiantes indefensos en cosos de mi país? Los liberales tenemos dos principios sacrosantos, que son la tolerancia y la compasión, hacia los animales humanos y hacia los animales no humanos. Eso es más importante que toda la catarata de artículos de derecho que cita en su misiva de forma torticera.

Las corridas de toros, señor Castella, son una brutalidad objetiva, un ejemplo agonizante del pueblo bárbaro que fuimos hasta hace muy poco. No hay éticamente por donde defender nada con una mínima lógica, más allá de lo que siempre dice Sabina: ‘Al que no le gusten los toros que no venga’. Se tortura y mata a un gran rumiante hasta la muerte. Punto. Ni arte ni milongas.






El toro, por si usted no lo sabe, no es bravo, es un rumiante especializado en la huida. De no estar cerradas las puertas de la plaza, se marcharía lejos, a pastar con el resto de sus congéneres. Embiste, entre otras cosas, por miedo. Por terror y porque se le provoca con el tormento. Porque antes de salir a la plaza a los toros les untan los ojos con vaselina y prácticamente no ven, porque les golpean los riñones con sacos terreros, porque les afeitan los cuernos, porque se les clava una divisa que hacen que salgan desesperados de dolor a la arena. El resto, la escalofriante puya del picador, las banderillas, etcétera, ya lo conoce. Todo eso duele mucho. Muchísimo, igual que le dolería a usted, porque su sistema límbico (el sistema cerebral del dolor, busque en Wikipedia) es exactamente igual al tratarse de un mamífero grande. Señor Castella, su combate es falso, y encima está amañado.






¿Le gusta la historia? Le contaré algo al respecto muy interesante. Usted es católico, imagino, como todos los matadores. Pues verá, el papa Pío V, en el siglo XVI, dijo esto en una bula: “Esos espectáculos donde se corren toros no tienen nada que ver con la piedad cristiana; por ser espectáculos cruentos y vergonzosos, propios no de hombres, sino del Demonio”. Emplean ustedes siempre un argumento lamentable también para esto: los toros son una tradición puramente española. Mentira. Ha habido corridas de toros en todos los países de Europa, sólo que las abolieron hace casi tres siglos (Inglaterra, por ejemplo). En España también se abolieron cuando hubo reyes más o menos ilustrados que vieron que semejante atrocidad nos alejaba de la Europa culta y refinada, como fueron Carlos III y su hijo, Carlos IV. Fue Fernando VII, el monarca más nefasto de la historia de España, el que volvió a introducir las corridas en España, junto con el absolutismo y la Santa Inquisición. El pack completo. El toreo actual a pie, el suyo, el amanerado de medias, luces y manoletinas, se lo debe a ese repugnante traidor y asesino monarca. Hoy día sólo hay corridas en España, el sur de Francia y en los países latinoamericanos con las élites más carcas e insolidarias, como las españolas de hace 50 o 60 años.




Por el respeto que de todos merecen los verdaderamente discriminados, no anime a la carcundia patria a salir de ningún armario, porque haría de nuevo el ridículo al ver que son cuatro gatos los aficionados a esa siniestra fiesta. Empleen el dinero de las subvenciones públicas en formación, en buscar un trabajo digno. No apelen más a la tradición (¿acaso no lo es la ablación del clítoris en Somalia?) ni al liberalismo. Ah, y no diga tampoco aquello del sufrimiento de los demás animales, las gallinas en las jaulas y todo eso, porque le adelanto que tampoco me gustan nada, y que compro huevos de gallinas del campo, que es donde deberían estar los toros.

Atentamente,

Rafael García Maldonado

 20 de agosto de 2015

elasombrario.com


Sebastián Castella, con las orejas recién cortadas,
como trofeo, del toro que acaba de torturar y asesinar


No se me ocurre ahora mismo, ninguna otra imagen
que demuestre más claramente lo que significa 
la falta de amor y de respeto, que sentarse 
sobre un noble ser agonizante, 
que estás torturando cruelmente

martes, 11 de agosto de 2015

Admirar a Meryl Streep




Yo, ya sabrán ustedes, amables seguidores de este blog, soy bastante mitómano. No creo que sea un defecto. Si algo te produce placer, te alimenta el espíritu y no causa daño a ti mismo o a los demás, ha de ser bueno.

Admiro a mucha gente y casualmente, en general, suelo admirar su trabajo y a la persona, también. Raro es que alguien que admiro por su obra, me decepcione al conocer aspectos más personales de él o ella. Hay excepciones, por supuesto. Alguna vez, después de leer una entrevista de alguien a quien admiraba, se me ha derrumbado el mito absolutamente y de forma inevitable. Hay algunas celebridades, que después de leer sus opiniones, me decepcionan de tal manera, que ya pierden gran parte de interés para mi, pues no olvido que dijo tal o cual cosa.

Pero lo mejor, es cuando alguien de quien soy fan, al conocerle mejor, hace que sienta aún mayor admiración por él o ella.

No creía que pudiera admirar más de lo que ya lo hago, a Meryl Streep. Creo que es una de las grandes más grandes, que en el mundo del cine son y han sido. Ella es capaz de interpretar a cualquier personaje y todos los borda. ¡Incluso el de rabino!






De la misma manera, admiro aún más, a quien además de por su obra o trabajo, me impresiona por su inteligencia o por coincidir con mis ideas. Meryl Streep, nunca me decepciona en ese aspecto. Posee un inmenso talento, un gran sentido del humor (algo que siempre valoro mucho en las personas) y es inteligente.

Al leer el siguiente párrafo, sobre algo que ella piensa y dice, no pude por menos que aplaudir, por estar absolutamente de acuerdo con lo que ahí dice. 





"No lo soportaré más"

"Ya no soportaré más algunas cosas, no porque me haya vuelto arrogante, sino simplemente porque llegué a un punto de mi vida en que no me apetece perder más tiempo con aquello que me desagrada o hiere. No tengo paciencia para el cinismo, las críticas excesivas y exigencias de cualquier naturaleza. Perdí la voluntad de agradar a quien no agrado, de amar a quien no me ama y de sonreír para quien no quiere sonreírme.

Ya no dedicaré ni un minuto a quien me miente o quiere manipularme. Decidí no convivir más con la pretensión, hipocresía, deshonestidad y elogios baratos. No tolero la erudición selectiva y la altivez académica. No me mezclaré más con el gentío o la chusma. No soporto conflictos y comparaciones. Creo en un mundo diverso y por eso evito personas de carácter rígido e inflexible. En la amistad me desagrada la falta de lealtad y la traición. No me llevo nada bien con quien no sabe elogiar o incentivar. Las exageraciones me aburren y tengo dificultad en aceptar a quien no gusta de los animales. Y encima de todo ya no tengo paciencia ninguna para quien no la merece".

Meryl Streep.


Podría haberlo firmado yo, si fuera capaz de decirlo así de bien.






Yo, aunque pudiera darse el caso de parecerlo, no soy nada arrogante. ¡Ojalá lo hubiera sido, pues estoy seguro de que me habría ido mejor en la vida! Tampoco estoy dispuesto a perder el tiempo con lo que no me gusta e incluso puede llegar a molestarme o irritarme. También he aguantado mentiras y manipulaciones, de ciertas personas en el pasado y que hace que me enfade conmigo mismo, por haberlo soportado. ¡Nunca más!

Y estoy hasta el culo, de la falta de lealtad y la traición en la amistad. Me ha costado toda una vida, llegar a tener claro que ya no soportaré ni una pizca de ello.

Por supuesto, totalmente de acuerdo en lo referente a los animales.

Y tampoco tengo ya, ninguna, pero ninguna paciencia, para quien no se la merece. Demasiado agotador, estéril e incluso doloroso. No, gracias.

Ahora, unas bonitas fotos de Meryl Streep, de su fructífera y genial carrera.














Se merece cada uno de sus Oscars, Globos de Oro, Baftas...