Pocas estrellas ya, quedan de la época dorada de Hollywood. Y es triste ver como desaparecen sin remisión. Esta semana ha sido Maureen O'Hara quien nos ha dejado.
Al finalizar los estudios, rechazó convertirse en cantante de ópera y dejó Irlanda para trasladarse a Londres y dedicarse al teatro. Charles Laughton consiguió que trabajara en "La posada de Jamaica" dirigida por Hitchcock, en 1939 y de ahí, saltó a Hollywood, para rodar, ese mismo año y también junto a Charles Laughton, "El Jorobado de Notre Dame" como Esmeralda la Zíngara para la RKO.
Con la llegada del Technicolor, el público quedó fascinado por la melena roja y ojos verdes de O'Hara. El resto, es historia. Solo añadir, que su filmografía llega hasta el 2010.
Convivir con un cachorrillo, es una experiencia única. Para bien o para mal, es inolvidable. Le amas, tienes que amarle, para sobrellevar las trastadas, como lo harías con un hijo pequeño. No soporto a esa gente que adoptan o compran un cachorro y cuando se hartan de pises, de objetos de la casa mordidos y demás cosas lógicas en un cachorro que está descubriendo el mundo, deciden abandonar y deshacerse de la criatura. Son irresponsables, innobles y carecen de corazón, sensibilidad y sentido común. Hay que sufrirlo, como quien sufre un sarampión. Además, todo ello, lo supuesto negativo que conlleva, compensa enormemente. Al menos a quienes les amamos y sobrellevamos su evolución hacia un perro sensato y maduro.
Mi preciosa postal de la cebra, que pensaba cada día,
poner en un marco, fue arrojada al suelo por una corriente de aire,
desde un estante de la librería y descubierta por Valentino.
Hacía como quince minutos que había llegado a casa con este libro
recién comprado mientras paseaba con las tres criaturas por mi barrio.
Puede que Valentino sea un crítico literario.
¡Menos mal que solo me costó 3€!
Por supuesto, dentro de un tiempo, miraré la esquina mordida
de este libro, con mucho cariño. Como esa postal de la cebra,
que naturalmente, no he tirado.
Mi Valentino, el galguito que adopté hace poco, rescatado de una bolsa en un contenedor de basura, con solo dos días de vida, junto a sus hermanos, es cabezota, caprichoso, hasta pesado, en muchos momentos, pero también adorable. Y precioso. También, a sus solo 4 meses y medio de vida (y sus casi 18 kilos de peso), me he dado cuenta de que es muy noble. Todo compensa. Los puntos negativos, que desaparecerán con el tiempo, dejarán paso a su verdadera maravillosa naturaleza, cuando se haga adulto.
Criar a un cachorro y en especial de galgo, que todo el mundo me dice que son difíciles, a pesar de ser tan fácil de convivir con ellos al crecer y madurar, es complicado, absorbente, pero también compensa, pues como decía, es una experiencia única. Cada día, Valentino está profundamente dormido al levantarme yo y mientras desayuno y me ducho, pero al salir del baño y tratar de vestirme, todo se complica al estar él, más que despierto, todo es saltar sobre mí y aegrarse como si no me viera desde hace días. Y tratar de vestirme, es un odisea diaria. Te arranca un calcetín de las manos, dejándote con el pie desnudo y rígido en el aire, después, tirará del calzoncillo hacia abajo, mientras tú tiras de él hacia arriba y aprietas y cruzas los muslos, mientras juega y se alborota, para no recibir un descuidado mordisquillo en los genitales, si te descuidas. Es un no parar de atenciones, las que te dedica. Solo cuando duerme como lo que es, un cachorro de galgo, te relajas un rato. Y le miras con cara de padre embelesado y te controlas para no llenarle de besos y hacer que se despierte y vuelva la excitación al ahora tranquilo hogar.
Hay un mes de diferencia, entre esta foto y la inferior.
Se aprecia que ocupa más espacio en la butaca
y además tiene más altura.
Muchas veces, no pudiendo aguantar más el agobio, de un cachorro loco, Margarito me pide que le encierre en una habitación. No a Valentino, si no a él mismo y se queda ahí, en paz, hasta que decide que quiere salir y me llama con pequeños ladridos.
Valentino, el cabrón, ya ha aprendido a abrir el cubo de la basura, con el peligro que ello conlleva, es decir, diarreas. Pronto, no me extrañaría nada, aprenderá a abrir el frigorífico y a manejar un abrelatas, con lo cual, nosotros moriremos de inanición, mientras él, se atiborrará la barriga con deliciosas viandas...
El siguiente texto, está copiado de mi facebook y así se lo conté a los amigos. Lo mejor, una vez pasado el susto, es que la gente se alegre y te digan, además, que se han reído mucho.
ÚLTIMA HAZAÑA DE MI VALENTINO. Y van ya...!
Pues resulta que como se puede esperar de un cachorrillo cabroncillo, Valentino ha agarrado un calcetín sucio y ha salido corriendo por el pasillo, con él en la boca, cuando le he seguido gritándole, para que lo soltara, se ha parado en el hall, pero el calcetín ya no estaba... Se lo había tragado antes de lo que tardas en decir "testículos". Alarmado he empezado a repetir sin parar: "¡Se lo ha tragado!", "¡Se lo ha tragado!". Mi hermano, al ser informado, se ha alarmado aún más que yo y cuando ya casi me disponía a salir corriendo para el veterinario, Oliver le ha llamado, para ver si había una solución rápida. Y le cuenta que coja una jeringuilla y le hagamos tragar una dosis de 5 miligramos, por cada cinco kilos de peso, de agua oxigenada. Nos hemos quedao muertos! Le hemos dado cuatro dosis, pues pesa ya casi 18 kilos, aunque no ha cumplido aún los cinco meses. A los pocos segundos de terminar de meterle jeringuillazos de agua oxigenada por la boca, el pobre se ha puesto literalmente, a potar y ha echado el calcetín (con gran regocijo, por nuestra parte), rebozado en pienso y hierbas del patio a medio digerir, siento ser tan gráfico. Y doy gracias a que fuera un calcetín muy fino y tobillero de verano, pues si hubiera sido uno de lana de escalar el Everest en los años 20, no se que habría pasado. El caso, es que ha seguido vomitando varias veces más, para, supongo, expulsar toda el agua oxigenada y lo ha hecho en el pasillo, en la alfombra del hall, en la de la habitación, en la colcha de la cama, en la manta de Lolita de mi cama... Mientra una galga Lolita y un mesticillo Margarito, me seguían por toda la casa, alarmados, mientras yo corría con metros de papel de cocina, fregona, alfombras, colcha... Ha sido todo desesperación, después de la alegría de recuperar ese calcetín (no por el calcetín, por supuesto) y lavado de alfombras y demás... Aún no ha cenado, pues el vet me advirtió de no hacerlo hasta dos horas después de que se produjera la calma, pero duerme feliz, el cabrón. Si no fuera por lo que se le quiere...!
Valentino celebrando que Lolita le preste atención y juegue con él.
Pero cada noche te reconcilias con él, del agotamiento diario, cuando se pega a ti en la cama, poniendo su cara junto a la tuya y se duerme así, como un bebé, necesitado de compañía, amor y seguridad. Es el mejor momento del día. Hace que te duermas besandole, abrazándole y con una sonrisa en la cara. Sintiendo su cuerpecillo caliente y su plácida respiración. Además, por supuesto, también tengo a Lolita pegada a mí y al pequeño Margarito, que busca el ángulo del hueco de mis piernas, para acomodarse y comenzar a roncar muy bajito, a los pocos momentos. Y cada noche, me pregunto como hacen para dormir todas esas personas que duermen solas, sin una criatura a su lado. Por no hablar de la ayuda, fregando los platos sucios.