Hoy, nos han cortado el agua. No por no pagar la factura, que también es más que probable que ocurra, pero ha sido por una avería en la calle. Mi hermano, llama al Canal de Isabel II y le dicen que no se arreglará hasta la una de la madrugada. Aunque tenemos algo de agua en el frigorífico, yo pienso en comprar una garrafa de cinco litros, aprovechando que bajo a la calle para también, comprar un par de cosas. A los galgos y a Margarito, tampoco les puede faltar el agua. Oliver, mi hermano, me dice que le han dicho que en quince minutos, un camión dejará garrafas de agua para los vecinos, gratuitas por supuesto, a la vuelta de la esquina de mi casa. Después de hacer mis compras, el camión sigue sin llegar. Aburrido, me voy a la tienda de Humana, al lado de mi casa, a ver ropa, para hacer tiempo. Echo un vistazo y revuelvo entre las perchas y encuentro unos skinny jeans grises de la talla 38 (española) y decido probármelos. Entrar en ellos, es todo un desafío, para mí.
Lucho por meterme en su interior y más aún, por abrocharlos y subir la cremallera, pero al final, lo consigo. Después de mirarme en el espejo unos instantes, por delante y por detrás, me anima comprobar que he conseguido ponérmelos, pero cuando salgo del probador, me entran unos remordimientos tremendos y a pesar de costar 8€, decido que dada mi extrema pobreza, no debo comprarlos. Trato de consolarme, pensando que tengo demasiada ropa y demasiados pantalones. Más de la que me puedo poner. Pero no sirve de consuelo. Esperaré a que lleguen las ofertas y estén a 2€, si siguen ahí, la satisfacción será mayor. Si no es así, la frustración también será grande. Vuelvo a colocarlos en su percha y los cuelgo donde los encontré, cosa que hacen pocos, por lo que sé, pero ya he dicho, que yo soy gilipollas.
Salgo de la tienda, diciendo adiós y dando las gracias, frustrado, pero resignado. Vuelvo a la calle donde se supone que deben haber dejado las garrafas de agua y veo que llega un camión, cargado con palés, llenos de ellas. Tardan unos minutos en bajar un único palé. Hay como seis o siete personas esperando y yo, me pongo a la cola. Mientras espero mi turno, muy fino, como si fuera a entrar en La Scala de Milán, aparece una legión de gente y se avalanzan a por las garrafas, como lo haría una legión de zombies a por doce kilos de cerebros.
Yo soy negado para luchar con el vulgo, nunca he podido y nunca he valido. La gente se me cuela en las tiendas y yo, rara vez me quejo. Soy así, para mi desgracia. El caso es que el populacho, se abre paso a codazos y yo, como soy gilipollas, me quedo el último. Soy un luchador nefasto. Ese es otro de mis dramas. Trato de consolarme, pensando en que soy el que va mejor vestido, pero no me sirve de mucho. Los "nobles" ciudadanos, se llevan las garrafas de dos en dos, de tres en tres, e incluso... ¡de cuatro en cuatro! Como un jubilado, que contando que cada garrafa consta de cinco litros de agua, cargaba con veinte, con riesgo de sufrir un infarto, camino de casa. Llegué a desear que no tuviera ascensor en su edificio y que viviera e un 6º piso. Yo, que ya me sentía avergonzado por tratar de llevarme una, me quedo atónito.
No sé si esas personas tan egoístas, pensarán llenar la bañera o han comido bacalao de Escocia. Y es que la gente se vuelve loca, cuando algo es gratis. Y pienso que aunque estoy en una situación de extrema pobreza, me tendré que ir al supermercado a comprar una, tampoco cuesta un pastizal, una garrafa de agua, pero afortunado que debe ser uno (El que no se consuela...), consigo agarrar la última, de pura casualidad y abrazado a ella, pues temo que me la arrebaten por la fuerza, como si nos encontráramos sufriendo un apocalipsis, me he alejado del lugar, echando pestes de mis supuestos semejantes. Hay gente que me conoce, que se sorprende de cada día sea más misántropo. Solo una hora después de suceder todo esto, ya teníamos agua en casa, saliendo de nuestros grifos.
Volviendo a casa, protegiendo de los vándalos mi única garrafa de agua, pues aún temo por mi vida y por que me la quiten, me acuerdo que cuando hice la mili (sí, soy así de mayor), más de un día, me quedé sin comer, también por gilipollas.
El gilipollas es el de las gafas
Si eramos doce, en cada mesa del comedor del cuartel, nos servían una fuente con doce filetes o doce unidades de lo que fuera. Más de una vez, como me servía el último, por educación (¡En la mili!), cuando llegaba mi turno, la fuente estaba vacía, pues alguien se había servido dos unidades del menú. Me ocurrió varias veces, hasta que un día, indignado, al ver que la fuente volvía a vaciarse ante mis narices, blasfemé a voz en grito. Todos los demás soldados me miraron sorprendidos y atónitos, al ver que ese gilipollas tan esbelto, había reaccionado, por fin. Al día siguiente, uno de esos soldados, me sirvió él mismo, antes de servirse él. No hay nada como ponerse al nivel del vulgo, ya lo sé. Lo aprendí ese día, pero la lección no me sirvió de mucho.
¿Otro ejemplo de lo gilipollas que puedo llegar a ser? Imagínense ustedes, como me siento yo, que reciclo con el papel, hasta las etiquetas de las bolsitas de té, cuando bajo a la calle y veo que vecinos míos, dejan junto a los cubos de basura, cajas y cajas de cartón a diario. Esta tarde, también al bajar a la calle, me he encontrado con dos grandes cajas que han contenido grandes televisores e indignado, las he llevado hasta el contenedor del papel, que se encuentra a pocos metros de mi portal (aunque mis vecinos parecen desconocerlo), llamándome gilipollas sin cesar, hasta el lugar.
Todo el mundo, parece odiar a las palomas. Dicen que invaden las ciudades, no importa que los humanos lo invadan todo. Que las ensucian, también. Como si los humanos, no llenaran todo de mierda y basura, ya sea en calles, campos u océanos. Este verano, me encontré o más bien fue mi galgo Valentino, una paloma jovencita en el patio. No podía volar ni comer sola. Debía de haberse caído de su nido, antes de poder desenvolverse por sí sola en la vida, que es precisamente, lo que me ocurre a mí. ¿Qué iba a hacer? Me la subí a casa. Con una caja grande cartón, le fabriqué una especie de jaula, cortando uno de los laterales más anchos y cubriendo el hueco con una rejilla de plástico, para que contara con luz y aire. La alimentamos mi hermano y yo, con una papilla a base de arroz, lentejas, pan, galletas, cereales, calcio y no sé que más. Se la administramos con una jeringa de esas gruesas, pues ya digo que no come sola. No sé cual es la causa, pero a las dos semanas, me encontré otra en el patio. A los pocos días, otra mas. Y otra y... Ahora tenemos cinco (¡5!) palomas jovencitas que no pueden volar ni comer solas. Una es totalmente blanca. Absolutamente preciosa. Yo la llamo Loretta, aunque no sé si es paloma o palomo. Tampoco creo que a ella le importe.
Además, esta, tenía los ojos muy mal. Mi hermano le ha dado antibiótico en pomada, hasta que le han mejorado muchísimo. Pasamos una hora, cada mañana, alimentándolas y otra hora cada noche. Yo sujeto a cada una, mientras mi hermano les administra la papilla hasta llenar su buche. Tienen que haberlas visto más vecinos, pero solo el gilipollas de la comunidad, se las ha subido a casa para que sobrevivan. Ellos, supongo, preferirían haberlas visto muertas.
Trato de consolarme, intentando de convencerme a mí mismo, de que los gilipollas son los demás. O al menos, los impresentables. Yo no soy ejemplo de nada. No soy arrogante. Y el no serlo, es otro de mis defectos. Pero no me gusta la gente. Y tengo mis razones.
Dicen que no debemos arrepentirnos de nada, en esta aciaga vida. Yo sí lo hago. Me arrepiento de no haber parado los pies a mucha gente que me ha pisado, por diferentes motivos y en numerosas ocasiones. Por gilipollas. A desconocidos, a conocidos e incluso a supuestos amigos. A esos amigos, afortunadamente, los aparté de mi vida. Detesto ser consciente de lo gilipollas que fui, en numerosas ocasiones. Aguanté, carros y carretas, hasta que me harté, mucho más tarde de lo que lo habría hecho cualquiera. Y detesto, también, lo que he aguantado de desconocidos, como ya digo. Como cuando en más ocasiones de lo que sería normal o soportable, me dijeron por la calle que mi preciosa Tallulah, era muy fea. Casualmente, siempre gente más fea e innoble que ella.
Echándola de menos, sin cesar
Ahora, aunque me sorprenda a mí mismo, creo que les montaría tal escena, que se arrepentirían. Pero además de gilipollas, señoras y señores, soy un poco lento, también.
Lucía, cariño. Si lees esto,
que sepas que pensamos en ti y te abrazamos.