Briton Riviere
Hace tiempo, en un post que copié en el blog de difusiones, pedían que alguien adoptara a un pobre perrillo abandonado que acababa de ser devuelto después de ser adoptado hacía pocos días. Esto es terrible. Adoptar a un perro necesitado de amor y que sea devuelto... terrible. La razón que dió la adoptante, para devolverlo, fue: "Es demasiado cariñoso" "Me sigue a todas partes y no se separa de mí". Para matarla. Devolver al perrillo abandonado necesitado de cariño que acabas de adoptar, por que es demasiado cariñoso y no se separa de ti, es para matarte. ¿¡No querer a un perro por que es demasiado cariñoso!? Me dejó impactado e indignado. Esa persona, merecería que no la quisiera nadie en toda su puta vida. Y dudo que ella quiera a alguien. Yo pensé que debería comprarse un perro de porcelana. No la seguiría por la casa ni la agobiaría con su cariño.
Pero creo que incluso un perro de porcelana, sería demasiado cariñoso para alguien así.
Hace más dos semanas, en el interior de una tienda de antigüedades que hay a la vuelta de mi casa, vi un perro de porcelana de tamaño natural. Un bretón (según el día, me parecía un setter) blanco y negro. Me gustó mucho. Cada vez que pasaba por la tienda, me paraba a mirar al perro de porcelana y cada vez, me gustaba más. Además, le habían rebajado el precio. Empecé a lanzar indirectas a mi hermano Oliver, para comprarlo. Cuando se trata de estas cosas, yo siempre le pregunto, pués él, se supone que es el responsable. Pero sólo se supone. Le dije que lo viera que le gustaría. Él: "¡Buáh!" "¡Un perro de porcelana!". Él es así, no aprecia las cosas superfluas. "¡Ni siquiera es un galgo o un borzoi de porcelana!". Yo ya tengo figurillas de galgos y un borzoi de porcelana.
Lo compré hace años en otro anticuario.
Es de Cuernavaca, México.
Volví a insistir en comprarlo. Cuando me obsesiono por algo, no me lo quito de la cabeza. Él seguía en sus trece. "¡Es algo superfluo!". ¡Superfluo! ¡Que sería de nosotros sin las cosas superfluas! Entonces, comencé con mi táctica que nunca falla. Me pasaba el día diciendo cosas como: "¡Yo no sé para qué vivo!", "¡Que vida más puta!", "¡Ni un capricho me puedo permitir!", "¡Que injusticia!", "¡Parece mentira lo mal que me trata la vida!", "¡No soporto esta existencia!" (Es lo que tiene leer a las hermanas Brontë, que encuentro placer en lamentarme). Y suspirando profundamente antes y después de cada frase.
Podía haber ido a la tienda y comprar esa obsesión de perro de porcelana sin más, pero eso haría que me sintiera después mucho más culpable. Necesitaba que él me dijera: "¡Cómpralo de una vez!".
A los pocos días, entre en la tienda y revolví en una caja con ofertas a 3€ y me llevé dos figurillas, con la convicción de que a Oliver le gustarían mucho y así yo no me sentiría culpable. Y volví a mirar el perro de porcelana (...Suspiro).
Días después, haciendo la compra con Oliver en el Hyper, cada vez que yo, empujando el carrito, me cruzaba con él, pues siempre vamos cada uno a nuestro aire, yo volvía a suspirar profundamente y añadía una frase a ese suspiro. Otra vez, cosas del tipo de: "¡No tengo derecho a nada!", "¡Yo no sé vivir sin cosas superfluas!", "¡Ni siquiera son cosas superfluas! ¡Alimentan mi espíritu elevado"!, etc. Él, cada vez que al pasar por su lado, oía una de estas lamentaciones, evitaba mirarme y no podía contener la risa. Además, hacía una fea mención a mi madre.
Yo me fui a casa cargado con bolsas, compungido y cabreado, mirando al suelo o a los cielos, pidiendo justicia, mientras él se iba a comprar más cosas.
No, no soy yo, es Colin Farrell.
Siento decepcionar.
Pero he buscado una foto de alguien haciendo compras y...
Cuando llegó a casa me dice que ha ido a comprar el perro de porcelana (¡Bien! ¡Mi táctica siempre acaba funcionando!), pero que el anticuario había cerrado ya (¡Mierda! Demasiado bueno para ser verdad). Al día siguiente, madrugué y corrí a la tienda, no fuera que alguien se lo llevara antes. No, ahí seguía esperándome. Cuando le dije al chico de la tienda que me llevaba el perro, me dice: "¿Has convencido a tu hermano?" Yo no sé que fama nos habremos creado en el barrio.
Vine a casa con él envuelto en plástico e burbujas y en brazos, como un niño al que le acaban de comprar un juguete nuevo que deseaba con locura y pensando en que nombre ponerle, pues al fin y al cabo, es un perro y a los perros queridos se les pone un nombre muy pensado. Decidí ponerle un nombre francés y ninguno me pareció más adecuado que "Gastón". Oliver estuvo (no sé por qué) de acuerdo en que no había un nombre mejor para él. Decora mucho en el salón.
Y le acaricio la cabeza cada noche antes de apagar la luz del salón y le saludo cada mañana con un "¡Bonjour Gastón!". Incluso le veo cariñoso.
Aunque nunca tanto como ellas.
Bueno, cuando no están dormidas.