Mi Dimitri
Nunca imaginé que yo llegaría a tener un borzoi. Me habían fascinado, los borzois, desde que era un crío. Verlos en el cine, los libros o en la calle, me dejaba pasmado. Por eso, encontrarme un día con un cachorrito de borzoi en mis brazos, fue uno de los momentos más felices de mi vida. Lloré de alegría, como si me lo acabaran de poner encima, en el mismísimo paritorio.
Comencé a ir por el parque hace años cuando Dimitri era un cachorrito de cuatro meses. Un día me acerqué a un grupo de señoras, todas con su perrillo. Enseguida nos caímos bien. Ana, una de ellas, a cada persona que llegaba le decía: "¡Mira que preciosidad! ¡Se llama Dimitri y es un galgo ruso de cuatro meses!
Dimitri, creciendo en el parque
Él era timidísimo y tiernísimo. Todo patas. En seguida le cogieron cariño. Dimitri y yo íbamos todos los días, mañana y tarde, contentísimos al parque. Fuera invierno o verano, lloviera o hiciera un sol abrasador. Podíamos estar allí dos horas, sin enterarnos. Dimitri fue creciendo y convirtiéndose en un borzoi enorme y precioso que llamaba la atención y también buenísimo.
Dimitri nunca se sentaba en el suelo, habiendo un banco cerca
Era tan grande que para que jugaran los perros pequeños con él, como yorkshires, caniches, pinschers o mesticillos, se tumbaba en el suelo y ellos se subían sobre su enorme cuerpo. Jugaban y eran felices. Dimitri era feliz en el parque.
Y yo con él
Muchos días se juntaban en determinada zona, hasta veinte perros y sus respectivos "papás". Eran días tranquilos y muy agradables. Conocí a muchas personas, algunas de paso y otras tan asiduas que si faltaban un día, nos alarmábamos. De toda esa gente, cogí mucho cariño a algunos y sé que ellos a mí. Una de esas personas,
Pilar, durante esos años, se convirtió en mi mejor amiga del parque. Nos veíamos dos veces al día todos los días del año y nos llevábamos genial. Era una mujer encantadora, sensata y muy divertida. Aunque su vida no era precisamente feliz (por cuestiones que no vienen al caso), siempre sonreía de oreja a oreja. Podía venir al parque con
Txiki, su perrilla adoptada, llorando, pero al llegar nos sonreía con una amplísima sonrisa. Era admirable.
También estaba la entrañable y buenísima,
Nina, de la que ya hablé en
este post. Tristemente, Nina murió meses después.
Txiki, Nina y Dimitri
Otra persona muy especial, era Carmina. Era azafata y venía, cuando no tenía vuelo, con su westy. Era un encanto, también siempre sonriendo. Y amabilísima, divertidísima y muy, muy ocurrente. Nos podíamos partir de risa todos con ella, todos los días. Se empeñaba en que fumara de su tabaco para ahorrar el mío. Así era ella. También había señores con sus perros, pero estos se pasaban la tarde dando vueltas al parque y la relación no era tan estrecha.
Todo, entonces, desbordaba alegría, despreocupación y relajación.
Un día, de repente, delante de mis narices y sin razón aparente, mientras estaba tumbado en su colchón en el salón, Dimitri murió. Así, en un instante. Con solo 18 meses de edad. Fue devastador. Demoledor.
Sufrí tal shock, que para no confinarme en la cama, me dediqué a pintar y decorar el hall y los pasillos.
A los dos días de morir, ya de noche y un frío día de noviembre, me fui con mi hermano Oliver, al parque a ver a mis amigas. Fue terrible caminar casi a oscuras, con la escasa iluminación de alguna farola y sin él, por ese lugar por donde había pasado todos los días con Dimitri pegado a mí. Sin llevar una correa en la mano y sin tocar su lomo mientras caminábamos. Fue doloroso. Cuando mis amigas me vieron llegar y me reconocieron en la distancia, todas se conmovieron. Todo fueron besos, abrazos y llantos. Le querían y yo me sentí querido y acompañado.
Solo habían pasado cuatro días, desde que Dimitri se fue y yo dije que quería otro perro. No podía soportar no tener una criatura a mi lado. No pretendía olvidar a Dimitri ni lo habría conseguido. Tampoco era una sustitución. Era una simple necesidad de tener otro perro en mi casa, que había quedado terriblemente triste, fría y vacía. Dije que quería adoptar a un galgo.
La definición de "belleza"
Había oído lo maltratados que eran y siempre, desde niño, me habían fascinado, como los borzois. Carmina, la azafata, en cuanto se enteró, hizo llamadas a varios refugios, todas desmoralizantes, poniendo mil condiciones e impedimentos, cuando debería ser más fácil hacerse cargo de uno de ellos, estando tan necesitados de adopción y no siendo yo un cruel galguero.
Afortunadamente, el adoptar a una de estas criaturas, es más sencillo, no siendo un galguero, en muchos otros sitios. Al final, conseguimos que nos lo pusieran fácil en "Las Nieves". La también triste, historia de
Robin, ya la conté en
otro post, por lo que no me voy a repetir, solo diré que nos llevamos a
Robin a casa. Cuando aparecí con él en el parque, mis amigas, que ya estaban avisadas, se alegraron mucho. Él se sintió en seguida como un galgo integrado y feliz. Jugaba con otros perros y volvíamos juntos cada día a casa.
Robin con mi amiga Pilar y Txiki
Robin, a los seis meses de ser adoptado, repentinamente, un día enfermó. No comía, ni bebía y apenas podía caminar. Le hicieron todo tipo de pruebas y le encontraron varios órganos afectados. Había llevado muy mala vida y no había solución. Le tuvimos varios días en casa a base de suero. Cada día su estado era peor. Hubo que dormirle (un eufemismo como otro cualquiera).
Luego llegó Nikolai, otro cachorro de borzoi y hermano de Tallulah, de una camada anterior. Nikolai murió atropellado, con cuatro meses.
Otra vez el dolor, la tristeza y el sentimiento de que estás siendo castigado por algo. De que debo de haber sido muy malo en otra vida, pues en esta, no tanto. Sin ser un ángel, conozco a muchos realmente malos a los que la vida les sonríe injustamente. Pero ese, es uno más de los misterios del universo.
Carmina, sabía que yo adoraba a los galgos italianos. En realidad, siento pasión por todas las razas de galgos, pero los galgos, borzois y los italianos, son mis favoritos.
Precioso Piccolo Levriero
Un día me llama y me dice que en una tienda de mascotas del barrio, ha encargado un piccolo para mí. Un regalo que quería hacerme. Además, me regala una hucha de un cerdito de barro, con, no recuerdo cuantos billetes dentro, para que le compre cosas cuando llegue. "¡Para la canastilla!" Me dijo ella. Yo le digo, sorprendido, que se lo agradezco muchísimo, pero que no puedo aceptarlo. Además, costaba una pasta gansa. Ella me insiste en que lo que le cuesta, ella se lo gasta al mes en cremas y que no sea tonto. Yo le vuelvo a decir que no. Me dice que lo traen al día siguiente y que ya está pagado y que es azul, una variedad de tono de color de la raza.

Me fui a la tienda, de la que también yo era cliente, pues compraba el pienso y chuches para Dimitri y luego Robin y le digo a la dueña que lo cancele. Entonces ella me dice que aún no ha podido hacer ninguna gestión y no ha buscado ningún piccolo. Y que no sabe ni precios ni colores ni nada. Y tampoco sabe si lo podrá conseguir pronto. Yo me quedo de piedra sin entender nada. Al día siguiente, me voy al parque con el cerdito de barro, que me obligó a llevarme a casa, y le digo a Carmina que se lo agradezco muchísimo, pero que no puedo aceptarlo. Que es demasiado dinero y que le he dicho a la mujer de la tienda que no. Ella, agarró la hucha y sin decir nada, se largó. No me volvió a dirigir la palabra.
Así se me quedó la cara
Al poco tiempo, llegó mi Lolita. Y volví con ella al parque. La azafata (a partir de entonces, me costaba llamarla por su nombre) seguía sin hablarme ni mirarme. Me ignoraba. Si Lolita se acercaba a su perro, ella le apartaba como si mi galga tuviera algo contagioso. Me empecé a indignar. Que se enfadara conmigo, vale, pero Lolita no tenía culpa de nada.
Ella empezó a decir a la gente que le habíamos (mi hermano y yo) hecho mucho daño. Que se gastó una pasta en llamadas telefónicas para adoptar yo a Robin (!!) y que nos había invitado a cenar a su casa no sé cuantas veces (nunca lo hizo). Y además, que mi amiga Pilar y yo, estábamos liados (!!!). Pilar, sólo acertó a decir: "¡Menos mal que mi marido no es celoso! ¡Podría haber venido con un cuchillo al parque y haberla armardo gorda!" Yo me quedé frío y atónito. La gente del parque alucinaba con ella. No era en absoluto, la misma persona. Se había convertido en alguien absolutamente diferente.
Juro con mi mano sobre el disco de
Judy at the Carnegie Hall, que todo lo que cuento aquí es verdad.

Un día, el pastor alemán de un chico que iba también al parque todos los días, mordió a Lolita. Le clavó los colmillos en las costillas. Yo no le dí demasiada importancia y pensé que había sido un acto inocente sin gravedad. Al día siguiente, le volvió a morder en el mismo sitio y Lolita aulló de dolor tirada en el suelo. Mi amiga Pilar se enfadó y me dijo que no le hacía ninguna gracia. Yo me empecé preocupar, pero el del pastor alemán, no. Solo dijo que había sido jugando y que no era nada. "Un rasguño". Le quitó importancia, cuando debería haberse preocupado. Lolita tenía varios agujeros de los dos mordiscos y no eran rasguños. Me callé y decidí no soltarla con el pastor alemán cerca. La vio el veterinario, la curó y me dijo que le pusiera una camiseta para evitar el collar isabelino y que no se lamiera y cicatrizaría pronto. Tardó más de un mes en curar, pues ella metía el hocico debajo de la camiseta y se volvía a abrir las heridas. Cuando cicatrizaron totalmente, el veterinario me dijo que con mi historial de dramas con los galgos, no quiso asustarme, pero esas heridas eran profundas y en las costillas de un galgo, podrían haber sido muy graves. Poco más y podría haberle afectado al pulmón. Yo me alegré y respiré aliviado, de que hubieran curado sin problemas y sustos serios.

Mi preciosa Lolita, hace unos años y con una figura que haría
ponerse verde de envidia a la mismísima Dovima.
Dovima fotografiada por Avedon
Unos días después, fuimos, mi hermano Oliver, con mi madre en silla de ruedas, Lolita y yo, al parque. Estaban allí, mi amiga Pilar con su marido y su perrilla y otro tío que no caía bien a nadie, con su bull terrier. Lolita estaba conmigo y con la correa puesta. Entonces apareció el pastor alemán suelto, con su dueño. Mi hermano, le dijo que por favor, le atara. Lolita estaba atada y no quería que la volviera a morder.
Él: "¡No me da la gana!"
Oliver: "¿Como que no te da la gana?"
Él: "¡Que no me da la gana! ¡¡Gilipollas!!"
Entonces se le hinchó la vena del cuello como un chorizo, se puso rojo de ira y comenzó a gritar a Oliver a pocos centímetros de su cara.
Juro que se puso así
Yo le puse una mano en el pecho al tiempo que le decía: "Tranquilo, (su nombre)". Entonces, sin yo esperarlo, me arreó un puñetazo con todas su fuerzas en el esternón. Me quedé sorprendido, paralizado de dolor y sin poder respirar. Mi hermano y él se enzarzaron. Pero el otro, con su actitud violenta de macarra tabernario, le arreó dos puñetazos en la cara y la cabeza a Oliver en un pispás. Le rompió las gafas y comenzó a sangrar por la boca. El marido de Pilar, consiguió separarles. El del bull terrier permaneció sentado. Dado que ni mi hermano ni yo, sabemos pegar a nadie, fuimos los magullados y humillados. Con mi madre y Lolita nos dirigimos a casa y desde allí a urgencias. Yo sentía un tremendo dolor en el pecho y especialmente al respirar. Radiografías y electros después, la doctora nos dijo que el energúmeno ese sabía donde pegar para hacer daño. Que ella estaba obligada a hacer una denuncia y nosotros deberíamos hacer lo mismo. Oliver tenía el labio partido y un golpe con gran inflamación en la frente. Yo seguía con un dolor terrible en el pecho que me impedía respirar y me punzaba cada vez que lo hacía, lo cual era continuamente. Aparentemente no era más que inflamación en el esternón. Aunque el dolor me duró meses. Cuando tosía, parecía que se me abría el pecho. Pusimos una denuncia.

Cuando él se enteró, en el parque dijo que lo sentía por mí, que yo era buena persona (!!!?) (a mi hermano no le había visto hasta ese día) y que esperaba que retiráramos la denuncia. Todas las personas del parque, me dijeron que lo hiciera. El resto de la gente, fuera del parque, que ni se me ocurriera hacerlo y siguiera adelante. Suele ocurrir con demasiada frecuencia, que las personas nunca se ponen en tu lugar. Pueden denunciar a un vecino por una gotera, pero te insisten en que no tiene sentido y no merece la pena el que te hayan mandado al hospital. Además, algunas personas, afortunadamente, las que menos me importaban, se pusieron del lado de él. También me enteré que había tenido más altercados, uno con una anciana, con la que luego se disculpó, aunque ella, insistiendo en que era muy malo, no aceptó esas disculpas, con un guarda del parque al que le amenazó con la cadena del perro y alguno más.
Pasaron meses hasta que se celebró el juicio. Meses en los que yo, cuando iba al parque con mi galga, me encontraba con que él estaba tan feliz allí charlando con todos. Yo me daba la vuelta y me largaba a callejear con Lolita. No podía soportar su presencia. Y no entendía por que Lolita y yo debíamos alejarnos como proscritos mientras él, disfrutaba del parque acompañado de todos los demás como si no hubiera sucedido nada. Un día, estábamos solos en el parque, mi galga y yo. Ella suelta y jugando con una piña. Aparecieron de golpe el pastor alemán, su dueño y la azafata, los dos del brazo. El pastor alemán, le quitó la piña a Lolita y la azafata dijo: "¡Mira que bien! ¡Ya tienes una piña!". Y se fueron riéndose. Yo no podía dar crédito. Ella, amiguísima de ese tipo, cuando no sabía que él había dicho hacía tiempo, que era más peligrosa que una piraña en un bidé. Volví a casa dolido por la visión del individuo ese y por la actitud de ella. A los pocos días una amiga me cuenta que la azafata quiere ir al juicio como testigo para ayudar al del pastor alemán. Por supuesto, ella no estuvo presente el día de la trifulca en el parque. Estaba claro que era por joderme a mí. La disuadieron de hacerlo. El que sí vino, fe el marido de Pilar, lo cual agradeceré siempre.

El juicio fue kafkiano. Oliver y yo declaramos primero y luego el otro. La juez pareció impresionada por que los hechos sucedieran con mi madre enferma de Alzheimer y en silla de ruedas, presente. Él, negó que mi madre estuviera ese día en el parque. Y alegó que él padecía epilepsia (cosa cierta) y se encontraba muy enfermo y delicado (!!!). También dijo que él llegó primero y nosotros después, con intención de buscarle para agredirle. Y que mis galgos fallecidos, habían muerto debido a nuestros malos tratos. Aquí, yo, anonadado y aún más dolido que por los puñetados, me eché las manos a la cabeza, por lo que la juez me avisó de echarme de la sala si volvía a hacerlo. (!!!?)

¿Que esperaba? ¿Que permaneciera inmutable oyendo todas las mentiras que soltaba ese cabrón? Es difícil de entender también a esta gente. Lo más jodido del caso, es que como nuestro turno ya había pasado, nosotros no podíamos explicar que había mentido sin cesar. Menos mal que el marido de Pilar testificó y contó su versión que coincidía con la nuestra. El juicio terminó y ya en el pasillo, ocurrió una escena propia de una película, si no lo había sido ya la anterior. El del pastor alemán, se puso a gritarnos, insultarnos y decir que habíamos matado a nuestros galgos. Yo enmudecí. Oliver le dijo que era un ser muy innoble. Un amigo de él, le agarró y se le llevó casi a rastras. Me pareció, aún peor persona de lo que creía. No mostraba ningún arrepentimiento ni ápice de vergüenza o bondad.

Fue un trance muy duro pasar por todo eso. Y fueron meses muy duros desde que ocurrió la agresión hasta el juicio y más meses aún, esperar hasta el resultado, a nuestro favor. Le condenaron a pagar el juicio y alrededor (no recuerdo bien) de unos 600€ a mi hermano y a mí. Él se negó a pagar durante meses, hasta que le amenazaron con embargarle la cuenta del banco. Para más inri, cuando me le cruzaba por la calle, me gritaba: "¡Hijoputa!". Y me le encontraba cada dos por tres.

Algunos años después, estando yo viendo el escaparate de una tienda de productos orientales de alimentación, cuando me disponía a entrar a comprar una botella de salsa de soja, veo en el reflejo del escaparate a un westy y me quedé paralizado, pues estaba al lado de la casa de la azafata. Me llaman por mi nombre. No hay duda, es ella. Me vuelvo y la veo con una sonrisa beatífica, como era ella, años antes y me da dos besos diciéndome: "Estoy harta de malos rollos". Yo, pasmado, sólo acerté a decir: "Yo no fui el causante de esos malos rollos". Ella me ignoró y me preguntó por mi hermano, Oliver y mi madre, sin dejar de sonreír y luego se dirigió al chino del mostrador para decirle: "Es amigo mío. ¡Hazle un descuentito!". Cosa que el chino obviamente, ignoró después. Volví a casa, con mi botella de salsa de soja "Kikkoman" de un litro, alucinando y recordando todo lo que había pasado en el parque pocos años antes. No daba crédito a esta vida. O a la gente que nos rodea en esta vida. No la volví a ver.
Meses después, me despierto un día y me doy cuenta de que había soñado con ella. Del sueño en cuestión, no recordaba nada, solo que había soñado con ella. Salgo a la calle y me encuentro con Carmen otra buena mujer del parque y me dice:
"¿Te has enterado de lo de Carmina?"
"¿Quién, la azafata? ¿Que ha ocurrido?"
"Que ha saltado a la calle desde la terraza de su casa (nueve pisos)".
Me quedé mudo. Mudo, alucinado y preguntándome por que justo hoy había soñado con ella. Sentí lástima también, aunque cuando pienso en ciertas cosas que ocurrieron, dudo si debería. Obviamente, en estas circunstancias, ya no le guardo rencor. Aunque de alguna manera, no me sorprendió conocer esa noticia. Al del pastor alemán, que no había vuelto a ver desde hace mucho, aunque sigue viviendo a cuatro pasos de mi casa, sí le guardaré rencor, esté vivo o muerto. Tiempo después me crucé un día con él y me escupió en toda la cara.
Gracias, Kristen
Ahora, el parque es un sitio poco agradable para mí. Ya no me encuentro casi nunca con gente de esa época. Algunos se mudaron de barrio, otros de ciudad, como mi amiga Pilar, que se fue a vivir a Zaragoza. Y otros como la buena de Ana, que decía: "Se llama Dimitri y es un galgo ruso de cuatro meses", han muerto. Gente muy buena como también Luis, que tenía un perro que se llamaba Bruce y siempre se detenía sonriente a saludarme "Hola, Alberto!" cuando los demás pasaban de largo. Me trató con una amabilidad y educación increíble cuando otros me dieron la espalda. Una noche de frío invierno, Luis bajó a pasear a Bruce y le cayó una cornisa junto a su portal. Murió en el acto. Fue terrible e injusto. Lo sentí muchísimo.
En el parque pasamos muy buenos ratos. Reímos muchísimo y también lloramos. Los momentos dramáticos hacen que los buenos ya no signifiquen mucho. El parque nunca ha vuelto a ser igual. Ahora ya no veo a nadie de esos años. Y como es natural, una vez más, pienso que algunas personas son muy raras e incluso muy malas.