Leo en el dominical de
EL PAÍS, que
Benito Pérez Galdós solía aparecer en las fotografías, con perros o gatos. Eso, me ha emocionado, miren ustedes. Los que amen la compañía de estas criaturas y las valoren como yo, me entenderán muy bien. La imagen que se muestra en ese artículo, de
Pérez Galdós acompañado de lo que me parece un hermoso mastín, me conmueve. He estado un rato mirándo esa fotografía; mirando esa mano que aprieta hacia él, a esa criatura, como lo hace quien está muy acostumbrado a tener a un perro a su lado, a agradecer su compañía y a valorar esa proximidad como algo importante, natural y cotidiano. Es la imagen de alguien que quiere a ese perro. Se les ve, a los dos, a gusto y relajados.
Y me emociona también la serenidad y calma de ese noble ser, sentado confiado junto a quien sabe que le quiere. Me gusta su placidez y me he preguntado cual sería su historia; si vivió junto a ese ilustre humano, cuantos años, e incluso si dejó este mundo también de una forma plácida. Me parece una preciosa imagen. No es la única que he encontrado de
Pérez Galdós, acompañado de buenas criaturas. Me gustan los retratos de personas con perros.
No se la imagen que puedo dar de mi, a quienes me leen en este blog; puedo asegurar que es un misterio para mi. No se si pareceré arrogante, pero quienes me conocen, espero que coincidan conmigo, en que soy bastante humilde, lo cual, lo digo sinceramente, puede ser muy bueno o no tanto. Mejor me habría ido en la vida siendo menos humilde y más arrogante. He conocido a gente con poco talento, que ha llegado lejos, gracias a una cierta actitud de comerse el mundo, de la que yo he carecido siempre. Pero eso es otra historia.
Me conmueven muchas cosas en esta vida. Me puedo emocionar con una canción, una pintura, una fotografía, como esa de
Galdós con el perro o viendo como una pequeña planta crece en una grieta en medio del cemento.
Durante todo el verano, veo en el patio, cuando bajo a mis galgas, un par de hormigueros en los que me maravilla la organizada actividad que sus habitantes poseen. Unas hormigas salen del hormiguero de vacío, mientras otras, se dirigen al agujero excavado en la tierra, por un sendero muy claro y limpio, cargando semillas en sus bocas desde muchos metros de distancia. Veo hasta donde llega ese sendero y me maravillo. Es como si nosotros nos pasáramos los días caminando, en proporción, muchos, muchos, muchos kilómetros.
Por la noche, también las veo con un trajín sin igual, las miro y admiro, iluminándolas con la linterna. Me fascinan tanto como me conmueve su energía y actitud tan laboriosa. Para ellas, toda su existencia, al menos, cuando no es invierno, es igual. Supongo que son obreras y me pregunto si alguna se negará, vaya usted a saber el porqué, a seguir ese ritmo. ¿Tendrán sindicatos las hormigas? No, claro que no. Tampoco huelgas. Cuando hace frío o llueve y permanecen semanas o meses sin salir al exterior... ¿Que hacen en el hormiguero? Aparte de comer todo lo que han almacenado durante el verano... ¿Descansan del mucho ajetreo y trasiego de los meses anteriores? Es un enigma que espero consultar y conocer algún día, pero mientras tanto, me gusta observarlas e imaginar como será su existencia. Cosas como estas, me fascinan, no solo
Daphne Guinness.
Estos días de lluvia, por las noches, también veo que de las espesas hiedras del patio, surgen caracoles y se pasean por la tierra, mientras yo, he de moverme con cuidado y con la luz de la linterna, para evitar pisarlos, pues cuando por descuido piso alguno, al oír el fatal crujido, me quedo rígido y paralizado, lleno de angustia y culpabilidad. Además, pido de forma inutil, perdón mentalmente.
Criaturas fascinantes, también, los caracoles
Tengo las ventanas y el salón, llenos de plantas. Muchas las he ido comprando. Cuando se me dan bien y las veo que prosperan, me llenan de alegría y satisfacción. Como de tristeza, cuando se me mueren y no se si esa planta tan peculiar ha pasado a mejor vida por exceso o defecto de humedad. Hay plantas que son un misterio para mí, mientras a otras, las llego a conocer muy bien. Como estoy llegando a comprender a las orquídeas o a los tres spathiphyllum que se reparten por el salón.
Flores que tardan meses en marchitarse...
para mí, milagroso.
En los estantes, se pueden ver recipientes con esquejes
Retrato de efímera flor de cactus, con Lolita al fondo
En esta planta carnosa, apareció también un día una extraña
y peculiar flor. A la derecha de ella, otro capullo que floreció
unos días después
Ver florecer los bulbos e jacintos o tulipanes,
es también otro increíble milagro
Me maravilla, cada día, ver que las flores de la orquídea llevan muchos meses alegrando el salón y con ello, mi vida, sin marchitarse, mientras las de los cactus, tan efímeras, con una existencia de unas pocas horas, si me descuido no las veo en todo su esplendor. Dicen que muchas flores mueren en el mundo sin haber sido nunca vistas y es tan triste como cierto. Aunque una planta, evidentemente, no necesita nuestra admiración, para florecer esplendorosamente. Las plantas, para mí, son también algo fascinante. Si me encuentro en el patio o en la calle, un esqueje de alguna que alguien ha tirado, no puedo ignorarla y me la llevo a casa, donde después de pasar unos días en una copa con agua, pasará a ser plantada en tierra y sentiré que esa planta, continua existiendo gracias a un poco de compasión.
Todo el mundo parece echar pestes de las palomas en las ciudades, pero yo no pude hacer otra cosa que respetar a un par de ellas, que decidieron hacer un nido en una jardinera de la ventana de mi cocina (que ya conté en
este post).
Pude ver como el polluelo que nació, creció y llegó a volar por primera vez, en un emocionante momento, un día, convertido ya en una hermosa paloma. Para los interesados o los que leísteis ese post, deciros que ese polluelo, dos años después, sigue viniendo todas las mañanas a mi ventana.
El hecho de emocionarme con cosas que pueden parecer estupideces a otras personas, como observar a las hormigas o evitar pisar caracoles, fascinarme con las plantas de mi casa u observar que esa paloma que nació en mi ventana, sigue viva y nos visita cada día, como para tranquilizarnos, me hace sentirme (a pesar de mi humildad) orgulloso de ser como soy. Y también siento orgullo de mis gustos. En estos momentos, me alegra la existencia escuchar una antigua versión del musical británico en su edición de Broadway "The Boy Friend", de 1954, cuyas canciones amo desde hace décadas, no me canso de escucharlas y lo hago, cada vez, con una feliz sonrisa y coreándolas a voz en grito.
Estoy seguro de tener defectos y si poseo virtudes, desconozco ahora mismo, cuales son. Mucha gente pisotearía los orificios de esos hormigueros, aplastaría despreocupadamente los caracoles, ignoraría esos esquejes de plantas que languidecen en el suelo de la calle y por supuesto, habría espantado a otro lugar a esa pareja de palomas que construían un nido ante mis narices. Por no hablar que bostezarían y no entenderían el placer de escuchar "The Boy Friend".
Este año, no me sentía con valor ni moral, para echar pestes de esa aberrante, rancia y cruel tradición que es el toro de la Vega, de ese tristemente conocido pueblo, Tordesillas. Más de una semana después de que se cebaran torturando y asesinando a
Elegido, la víctima de este año, he leído varios artículos y editoriales en la prensa impresa y la digital. Me ha vuelto a hervir la sangre. Es tan escandaloso como vergonzante e indignante, lo que allí sucede cada año.
La pobre víctima de este año, Elegido,
ya herido y con una punta de lanza rota, clavada en
su costado. Esto es llamado tradición, fiesta y orgullo del pueblo
Acorralado, rodeado y acosado por las bestias
El victorioso gañán que acaba con la vida de Elegido,
aplaudido y vitoreado por los de su calaña.
No se si sus hijos, pero posiblemente sus nietos,
algún día se avergonzarán de las hazañas de su abuelo
Los psicópatas gañanes participantes, a caballo o a pie y portando lanzas de dos metros y puntas de no recuerdo si 30 o 40 centímetros (tanto da, mire usted), cada vez son menos, mientras que los manifestantes en contra de la salvajada, cada año son más. Y eso es lo que les jode. Está claro que
su repugnante fiesta, tiene los días contados. Y como están, por ello, encabronados y además son psicópatas agresivos y violentos, la emprenden con salvaje violencia con quienes no quieren que se asesine a una criatura cada año. Insultan, golpean y agreden a los manifestantes (Que se lo digan a
Ruth Toledano).
Observen esas caras y vuelvan a ver la de Elegido.
¿Quien resulta ser más salvaje?
La psiquiatría dice muy claro que quienes son violentos y disfrutan torturando y matando animales, también pueden llegar a serlo con las personas. Y me pone absolutamente enfermo, ese argumento que tienen los taurinos y los Tordesillanos que dice: "A los que no les guste, que no vengan". No, mire usted,
no se trata de no verlo; ¡SE TRATA DE QUE NO SUCEDA! Y si hay que explicarselo, tampoco van a entender la aclaración; recordemos que son gañanes.
Las vísperas de celebrarse este sádico festejo, se celebró en Madrid una manifestación en contra de esta repugnante tradición. Acudieron 45.000 personas.
A la cabeza de la marcha, Emma Ozores, Cristina del Valle, Rosa Montero
y Carlos Rodríguez, entre otros conocidos personajes
Esto también les jode. Ver que tienen a la mayor parte del país en contra y que su bárbara tradición tiene los días contados, les jode mucho.
Espectáculo indigno
El sadismo empleado para matar al Toro de la Vega no es compatible con una España moderna
Un espectáculo basado en el maltrato de un animal hasta causarle la muerte, como ocurre en la fiesta del Toro de la Vega en Tordesillas (Valladolid), no puede ser considerado un acto cultural ni una tradición digna de mantenerse. Desde luego, no en pleno siglo XXI. Observar cómo un animal es perseguido por decenas de jinetes a caballo armados con picas hasta campo abierto, donde se le rodea y alancea hasta que cae muerto, es un espectáculo tan salvaje como lo eran otros afortunadamente superados, desde el enfrentamiento de perros adiestrados hasta el lanzamiento de cabras desde los campanarios para que el público contemplase cómo caían.
Se mire como se mire, la de Tordesillas es una fiesta que convierte en diversión el sadismo y la crueldad. Apelar a la antigüedad del festejo, que se remonta a 1534, para justificar su mantenimiento es insostenible. Existe noticia de muchas tradiciones crueles que en su momento fueron abolidas o abandonadas porque las sensibilidades cambian, por suerte; y en las sociedades que se consideran civilizadas, suelen hacerlo para mejor. Gran tradición tenía en Inglaterra la caza del zorro hasta que finalmente se prohibió su práctica a caballo y con lebreles.
Contra lo que sus defensores pretenden, el Toro de la Vega no es un asunto estrictamente local. La fiesta trasciende esos límites para convertirse en un símbolo que proyecta una imagen deplorable de España. Lo sucedido ayer, con enfrentamientos físicos y abundante intercambio de insultos entre defensores y detractores de la fiesta, solo contribuye a empeorar las cosas. No es a pedradas e injurias como se dirimen las polémicas en una sociedad madura y democrática.
Es preciso buscar una alternativa incruenta a una fiesta que hace tiempo que debería haber evolucionado. Llegados a este punto, solo cabe la prohibición. Las Cortes han perdido varias ocasiones de legislar sobre el maltrato a los animales, la última de ellas hace un año. Y aunque la competencia regulatoria recae en la comunidad autónoma, la existencia de otras fiestas en las que también hay maltrato animal, como los correbous catalanes o las peleas de gallos en Canarias, aconseja abordar una acción política que prohíba estas expresiones de crueldad y sensibilice a los ciudadanos que aún consideran un derecho el ejercicio de la brutalidad.
No me imagino a ninguno de esos despreciables lanceros, carentes de empatía, conmoviéndose ante la visión de esa fotografía de Galdós con ese precioso perro o de la contemplación de un hormiguero, sufriendo al pisar por accidente a un caracol o recogiendo del suelo, cada fragmento de planta mustio que se encuentren y corriendo a ponerlo en agua para que sobreviva. O besando 40 veces al día a mis galgas y al pequeño
Margarito. Tampoco me los imagino publicando en un blog de fondo rojo, con una foto de cabecera con las ruby slippers de Dorothy, en el que suena
Fred Astaire cantando "Dancing In The Dark". Al pensar en esto y compararme con ellos, me dan motivos para sentirme orgulloso de quien soy y como soy. Estoy seguro de que somos, totalmente opuestos. Ellos me dan razones para elevar mi maltratada autoestima. Debería agradecérselo.
Me he dado cuenta, de que mi triste y rutinaria existencia, es mil veces más interesante que las suyas.